El exceso de empatía: cómo ayudar sin cargar con los problemas de los demás
© Eugenia Lerner
Este artículo se basa
en un taller que dicté recientemente, para personas altamente sensibles, sobre
esta temática. Aunque realicé algunos cambios y agregados, mantuve su estilo general.
Considero que es un pantallazo que involucra muchos aspectos sobre los cuales
podría haberme extendido, pero preferí presentarlo de esta manera compacta con
la esperanza de que sea de utilidad tanto a las personas altamente sensibles
(PAS) como a las que no lo son tanto.
La temática de hoy es el exceso de empatía y cómo este exceso
nos lleva, muchas veces, a hacernos cargo de los problemas de los demás.
Obviamente, aunque las personas altamente sensibles (PAS) compartimos ciertos
rasgos, no somos todas iguales. Cada uno/a tiene sus propias sensibilidades en
relación con las diversas situaciones, las personas o los acontecimientos de la
vida. No obstante, en general, tenemos una marcada tendencia a hacernos cargo
de los problemas o de lo que les sucede a otras personas, y en especial
respecto de aquellas que apreciamos más o son significativas en algún sentido.
Existen muchos tipos de temperamentos diferentes y diversas
formas de clasificarlos (aunque no me referiré aquí a esta diversidad). Cada
tipo de temperamento tiene sus modalidades propias de reacción y sus formas
particulares de lidiar con las dificultades. Algunas personas tienen más
tendencia al enojo, mientras que otras suelen experimentar más el miedo, la
tristeza o la ansiedad. Si bien todos/as experimentamos este conjunto de
emociones y estados, generalmente alguno de ellos es el más habitual, a la hora
de vérnoslas con las vicisitudes de la vida. Por lo general, estas
emociones/estados se disparan de manera involuntaria o “automática”, y van
construyendo mecanismos o formas habituales de respuesta.
Nuestras reacciones automáticas son modificables o
regulables, pero generalmente no se regulan de manera “espontánea”. Para
lograrlo necesitamos de un trabajo enfocado y consciente; proponernos nuevas
formas de pensar y de proceder, es decir, la formación de nuevos hábitos.
Como PAS tenemos automatismos típicos de PAS y también otros
que tienen que ver con nuestros rasgos de personalidad (somos más complejos que
nuestro temperamento básico). Estos rasgos pueden tener que ver también con
nuestra autoestima, nuestra autoimagen o con nuestra forma particular de relacionarnos
con el mundo externo.
Algunos hábitos automáticos son beneficiosos porque economizan
energía y nos permiten reaccionar rápidamente sin tener que pensar demasiado o
decidir caminos por seguir. Sin embargo, precisamente porque son reacciones
automáticas que se disparan sin pensar,
no siempre son las mejores respuestas posibles ni las más efectivas en una
situación dada.
Como mencioné más arriba, podemos cambiar los hábitos
automáticos si tenemos la motivación suficiente para hacerlo y contamos para
ello con los recursos o métodos apropiados. La teoría del cambio puede ser
simple, pero no necesariamente fácil de implementar. Como todos sabemos,
cambiar lleva tiempo, dedicación y persistencia.
Lo que quiero proponer aquí son algunas ideas y pautas que
espero sean útiles para modificar las reacciones de empatía excesiva y la
tendencia que solemos tener a cargar con los problemas y padecimientos de otras
personas. Para modificar estas reacciones, necesitamos, además de sostener
nuestra motivación, poner en práctica las ideas y los comportamientos que darán
cabida a los nuevos hábitos.
¿Qué es la empatía?
Veamos ahora qué es la
empatía. Habitualmente se la define como la capacidad de sentir lo que otros sienten. Yo modificaría un poco
esta definición y diría que es la
capacidad de sentir lo que los otros sienten, aunque no exactamente lo que ellos
sienten, sino lo que nosotros/as
sentimos que los otros sienten. O sea que lo que sentimos no siempre es el
fiel reflejo de lo que les sucede a los demás. Inevitablemente, todo pasa por
nuestra subjetividad, por nuestros filtros
sensoriales y perceptuales, y se tiñe de nuestra propia emocionalidad y
afectividad. La idea de que sabemos con exactitud lo que le pasa al otro puede
llevarnos a conclusiones equivocadas. Todo resuena en nuestro interior. Nuestro
interior no es un espacio vacío, está
lleno de nuestros propios sentimientos y experiencias.
Asimismo, es bueno tener en cuenta que las personas empáticas
no lo somos siempre, en todo momento, ni con todas las personas por igual. Esto
es importante porque nos da una base para reconocer que tenemos, también, la
posibilidad de no serlo.
Un psiquiatra español, González de Rivera, acuñó un término
muy interesante, el de ecpatía.
Ecpatía es la acción voluntaria y deliberada de liberarse de la influencia de
los sentimientos, actitudes y motivaciones de los demás. El prefijo “ec” quiere
decir afuera, o sea, la ecpatía consiste en dejar afuera esta influencia.
Metafóricamente podríamos decir que, si nosotros/as nos sentimos azul y nos influye alguien que tiene un
estado rojo, esa influencia puede
llevarnos a sentirnos rojo-violáceo, violeta o azul con manchas rojas. La
ecpatía sería entonces la acción consciente y deliberada de liberarnos del
rojo, que es el color del que hemos sido teñidos/as.
González de Rivera da un ejemplo muy claro sobre las
consecuencias del exceso de empatía. En uno de sus textos, dice que un monje va
caminando por la selva y se encuentra con una leona famélica junto a sus
cachorros. Terriblemente apenado por la leona, que no solo padece su propia
hambre, sino que sufre también por la de sus crías, se tiende a su lado para
ser comido.
Si bien contamos con mecanismos naturales que nos ayudan a
balancear estos excesos, muchas veces, como en el caso de este monje, nuestras
convicciones se oponen a ellos o no los hacen posibles. Otras veces, este
balance puede ser insuficiente o tardar mucho en funcionar. En nuestra vida
cotidiana, una de las formas en las que se regula naturalmente el exceso de
empatía es a través del cansancio y la saturación. En este sentido, cuando
nuestro sistema se sobrecarga, se desconecta. Si la desconexión tarda en
llegar, la sobrecarga puede dañarnos o afectarnos de alguna manera.
La empatía es involuntaria, no decidimos ser empáticos/as,
pero como hemos visto, podemos decidir y elegir hacer el camino inverso:
diluirla, de manera deliberada, consciente y voluntaria. La tarea de desempatizar puede ser trabajosa.
Implica un proceso que podemos aprender y practicar. Supone desarrollar una
nueva habilidad, nuevos hábitos y formas de pensar. Entonces, ¿cómo la podemos
balancear? El punto de partida, tal como dijimos, es la toma de consciencia y
la decisión de cambiar. Sin este paso difícilmente lo logremos.
Quiero aclarar, antes de continuar, que la empatía no es
exclusiva de las PAS como tampoco lo es el cargar con temas o preocupaciones
ajenas. Existe un tipo de neuronas que se llaman “espejo” que tienen la
particularidad de captar los estados emocionales de otras personas y que reciben también los estímulos de nuestro cuerpo cuando vibra con la energía
circundante. Dicho sea de paso, algunos animales también tienen este tipo de
neuronas y la capacidad de sentir la energía del entorno.
Lo que quizás es distintivo de las PAS es que tenemos empatía
en exceso, tanto en relación con su intensidad como respecto de la frecuencia
con la que la experimentamos. A esto se le suman las dificultades particulares
que tenemos para librarnos de lo que nos sobrecarga. Nuestra autoimagen y
algunas de nuestras creencias, actitudes y emociones típicas hacen que nos sea
difícil la acción de desempatizar.
¿Cómo podemos saber qué
es lo que nos dificulta o impide la ecpatía?
Considero que las
preguntas y la autoobservación son dos poderosas herramientas para
averiguarlo. Podemos preguntarnos, por ejemplo: ¿si pudiera dejar de resonar
tanto con el otro, qué creo que sucedería? ¿Qué me pasaría a mí? ¿Qué me
imagino que le podría suceder al otro? ¿Cómo creo que el otro se sentiría
conmigo o qué pensaría de mí?
Podemos también recurrir a técnicas de meditación y de
visualización que pueden ayudarnos no sólo a preguntar, sino también a obtener
respuestas, y a liberarnos de la sobrecarga emocional y mental.
Ejercicio para liberar
emociones y descubrir nuestras dificultades para desempatizar
· Elegí
una situación en particular donde empatizaste en exceso.
· Sentate
cómodamente. Toma algunas respiraciones profundas. Relaja el cuerpo parte por
parte, desde los pies a la cabeza. Ahora llevá la atención a la nariz y sentí
cómo entra y sale el aire suavemente por allí.
· Recordá
la situación donde sentiste demasiada empatía. ¿Qué sucedió en ese momento?
¿Qué dijo o hizo la otra persona? ¿Cómo la percibiste? ¿Qué pensaste? ¿Qué
sentiste? ¿Qué imaginaste?
· Ahora
llevá tu atención al cuerpo y fijate cómo reacciona tu cuerpo a este recuerdo.
¿En qué parte sentís la reacción?
· Inhalá
y exhalá con la atención en esa parte del cuerpo para liberar la tensión.
Ahora,
si querés, podés agregar una visualización e imaginar que hay algo allí que
produce simbólicamente esa reacción
corporal. (Si alguien sintiera, por ejemplo, un peso en el abdomen, podría
imaginar que ese peso es como una piedra o como un líquido pesado y viscoso).
¿Qué forma tiene eso que ves o que
imaginas? ¿Qué color? ¿Qué textura? ¿Qué densidad?
· A
continuación generá la intención de liberar a tu cuerpo de eso que viste allí. Podés ayudarte con la
exhalación para sacarlo de tu cuerpo. Otra forma de sacarlo es a través de los
elementos de la naturaleza. Los elementos son también simbólicos y nos ayudan a
liberar de diferente manera: el fuego puede quemarlo, el agua disolverlo, el
aire volarlo y la tierra puede absorberlo o neutralizarlo.
· Fijate
ahora cómo te sentís.
· Volvé
a enfocar tu atención en la situación que despertó el exceso de empatía y
registrá qué sucede ahora. ¿Cómo es tu reacción emocional y cómo reacciona tu
cuerpo en este momento?
· Si
es necesario, repetí todo el proceso simbólico antes mencionado.
Luego,
una vez completado ese proceso, podés hacerte alguna de las siguientes
preguntas: ¿Si dejara de ser tan empática en esta situación o con esta persona,
qué sucedería? ¿Cómo me sentiría en relación conmigo mismo/a? ¿Cómo me sentiría
con la otra persona? ¿Cuáles serían las consecuencias de resonar menos con el
otro en este caso en particular? ¿Cambiaría la imagen que tengo de mí mismo/a o
que tengo de la relación? ¿Hay algo que me lleve a aferrarme a mi reacción
empática?
· Por
último, tomá unas cuantas respiraciones profundas, quedate descansando unos
minutos y, cuando quieras, volvé a conectar con tu cuerpo y con el espacio que
te rodea.
Algunas de las
dificultades típicas que se presentan para desempatizar
¿Cómo te resultó este ejercicio? ¿Sacaste alguna conclusión?
A muchas personas, les cuesta soltar la
empatía porque les genera culpa, las lleva a sentirse egoístas, insensibles o incluso malas.
La culpa es uno de
los sentimientos que afloran cuando intentamos modificar nuestra actitud y
tratamos de dejar de hacernos cargo. Muchas veces nos sentimos mal o malos/as
cuando balanceamos este hábito o regulamos el tipo de ayuda que brindamos. Si
este fuera el caso, necesitamos revisar
nuestras creencias respecto de lo que significa realmente ser egoísta, malo/a o
dañino.
Otra de las formas de encarar estas creencias y sentimientos
es buscando alternativas que nos hagan sentir bien con nosotros/as mismos/as y
que contemplen también algunas de las necesidades de la otra persona. Algunas
veces esto se logra modificando los tiempos o la forma de encarar las cosas.
Podemos buscar otras maneras de comunicarnos (tanto en relación con el
contenido de lo que decimos como con el tono que empleamos), agregar alguna
explicación de por qué hacemos o no hacemos determinada cosa, dejar de explicar
si ese fuera el caso, evaluar junto con el otro las prioridades, etcétera.
Como he dicho más arriba, para mitigar la culpa podemos
revisar nuestros criterios: ¿cuáles son las creencias que sostienen esta culpa?
Al reconocerlas podremos modificarlas y adoptar otras ideas de manera
consciente y deliberada. Al darnos la libertad de revisarlas y de elegirlas,
tendremos la posibilidad de cambiar. El sentimiento de culpa (cuando no se ha cometido un delito ni se ha infringido
realmente un daño) muchas veces se basa en criterios o en expectativas ideales, en ideas fijas y rígidas respecto
de cómo deben ser las cosas o respecto de cómo debemos ser y comportarnos. Al
ser rígidas, estas ideas no dan pie al cambio, es decir, se interponen en la
búsqueda de otras posibilidades.
Algunos/as empáticos/as sienten que abandonan al otro si dejan de resonar junto con él/ella. Aquí se
estaría confundiendo el dejar de sentir algo empáticamente con el abandono. Son
dos cosas muy diferentes. En ocasiones surge, también, la sensación de que la
empatía es como una antena a través
de la cual podemos monitorear lo que le pasa a alguien que queremos o cuidamos,
y tememos desconectarla por si al
otro/a le pasa algo y nos necesita. ¿Realmente nuestra empatía sirve a estos
fines?
Otra de las dificultades típicas que solemos tener es la de poner límites. Se ha hablado mucho de
la necesidad de poner límites cuando nos sentimos sobrecargados/as por las
demandas y las expectativas externas. En realidad, considero que no es al otro
a quien necesitamos limitar, sino que lo que necesitamos es aprender a limitarnos a nosotros/as
mismos/as. La cuestión es que el otro puede aceptar o no aceptar nuestros “límites”, respetarlos o no respetarlos, recordarlos o no recordarlos, pero si
somos nosotros/as los/as que tenemos en claro hasta dónde llegamos, dejaremos
de depender de que el otro se limite.
Entonces, ¿cuál es el sentido de autolimitarnos? En realidad
es el de incrementar nuestra capacidad de definir
y de elegir cuánto, cuándo, dónde y cómo estaremos disponibles para el otro,
cuándo y cuánto escucharemos, cuánto, cómo y cuándo haremos, etc. Nuevamente
fácil de decir pero no tan fácil de hacer. Cuanta más convicción tengamos, y
cuánto más concreto y pautado sea el comportamiento por practicar, más factible
será la posibilidad de lograrlo.
Un aspecto particular de los límites, que suele ser difícil
para las PAS, es el de decir que no:
no puedo, no me viene bien, etc. Cuando el no
es sentido como demasiado categórico, podemos recurrir a la propuesta que
William Ury hace en su libro El no positivo,
que, en síntesis, es expresar algo afirmativo o positivo antes de decir que no, y terminar luego la frase con otra
expresión positiva o afirmativa.
Ejemplo:
−Te invito mañana a cenar.
−Me encantaría ir, pero realmente necesito descansar. Mañana
no voy a poder, pero lo dejamos para otro día.
Otro ejemplo:
−¿Me podrías alcanzar el libro que me olvidé y lo necesito
ahora?
−¡Oh, qué problema! Si pudiera lo haría, pero justo ahora no
puedo. Espero puedas resolverlo de otra manera.
No pretendo aquí abordar todas las dificultades que tenemos a
la hora de modificar esta actitud, pero si referirme a otra que a veces surge:
algunas personas empáticas aprecian su empatía porque les abre las puertas de
la intuición y la comprensión. Cuando la empatía está balanceada, realmente
constituye un don. Algunas de estas personas temen, por ello, perder su
capacidad empática. Desde mi punto de vista, no perdemos los dones cuando los
trabajamos o los regulamos. Me parece que, por el contrario, los
perfeccionamos.
Los empáticos solemos identificarnos tanto con nuestra
empatía que ella forma parte de nuestra autoimagen. Por lo tanto, cambiar esta
forma de reaccionar implica cambiar nuestra autoimagen, cosa que no siempre
estamos realmente dispuestos a hacer.
¿Qué nos lleva a hacernos
cargo?
Si queremos modificar
las actitudes que nos llevan a cargar con los problemas de los demás,
quizás nos venga bien alguna de estas
preguntas:
¿Qué me ayudaría a dejar de hacerme cargo? (Algo que dependa
de mí y no del otro)
¿Cuáles son las creencias que me llevan a hacerme cargo? ¿Por
cuáles quiero reemplazarlas? ¿Cuáles son las ideas o los pensamientos que
quiero incorporar y practicar?
¿En lugar de lo que estoy haciendo, qué otra cosa podría
hacer que fuera más efectiva para el otro/a y más adecuada para mí?
Obviamente, hay muchas otras preguntas que pueden
orientarnos. Sugiero que comencemos por las preguntas respecto del qué: qué
pensar, qué hacer, qué me cuesta, qué me facilita etcétera.
Una vez que tenemos claras algunas respuestas y sabemos qué
es lo que necesitamos cambiar, lo que sigue es la práctica: recordar y repetir
una y otra vez la nueva perspectiva y los nuevos comportamientos hasta
incorporarlos. Hay mucho escrito sobre el arte de cambiar los hábitos, ya que
este es un desafío para todos los humanos. Para los que quieran una buena guía
sobre el tema, recomiendo especialmente el libro Un pequeño paso puede cambiar tu vida, de Robert Maurer. Otro libro
útil y práctico es El poder del hábito, de Charles Duhigg, que aborda el cambio de
hábitos en diferentes contextos: institucional, empresarial, familiar,
etcétera.
Desde la empatía hacia
la compasión
Tal como he dicho más arriba, dejar de ser excesivamente
empáticos no constituye una pérdida ni un déficit. Tenemos otra opción que
suele ser más saludable y efectiva en las interrelaciones: la compasión. Necesitamos recorrer el
camino desde la empatía excesiva hacia
la compasión.
Aunque hay muchas definiciones de compasión −y no siempre se
la diferencia claramente de la empatía−, desde mi punto de vista, básicamente
la compasión es la capacidad de darse cuenta de lo que le pasa al otro, de
comprenderlo, de conmoverse por su sufrimiento sin quedar sumergido en él.
La
compasión nos permite ser, por eso, más efectivos y constructivos a la hora de
ayudar.
Tomando la historia del monje y la leona, desde una actitud
compasiva, no nos entregaríamos para ser comidos (como a veces hacemos,
metafóricamente hablando, en algunas situaciones), sino que buscaríamos maneras
de ayudar a la leona que fueran, al mismo tiempo, consideradas respecto de
nosotros/as mismos también. Entregarnos en exceso, por lo general, no es la
única ni la mejor alternativa posible.
Con la empatía, si el otro está en un pozo, nos sumergiremos
con él. Con la compasión permanecemos arriba o no tan abajo, y desde arriba
estamos en mejores condiciones de hacer lo posible por rescatarlo. La mayoría de
las veces, sufrir empáticamente solo multiplica la desesperación.
La compasión no implica indiferencia ni dejar de sentir. Por
supuesto que muchas veces también nos sentiremos afectados/as y conmovidos/as,
pero la diferencia básica es que podremos ejercitar la ecpatía. Asimismo,
cuando no está en nuestras manos hacer mucho por el otro, la compasión puede
ser lo que más acompaña. A veces, el mero
hecho de comprender y de escuchar compasivamente alivia, sostiene y le permite
al otro recuperar o conectar con sus propias posibilidades.
Algunas consideraciones
para la ayuda efectiva
Además de balancear nuestra empatía, necesitamos tener en
claro qué es lo que está realmente en nuestras manos hacer por los demás y qué
no lo está. En nuestro afán de ayudar, a veces queremos hacer más de lo que, en
verdad, podemos hacer. De manera que, quizás, la primera cuestión por
considerar sea precisamente esta: cuál es el aporte que podemos ofrecer en cada
caso y a cada persona en particular.
Otra cuestión importante, que parece obvia, pero no lo es, es
no avanzar hacia las soluciones o
propuestas antes de saber las siguientes cuestiones: 1) si el otro busca o
desea nuestra ayuda y 2) cuáles son sus problemas o necesidades. Muchas
veces (tanto las PAS como las no PAS) nos
adelantamos a ofrecer opiniones,
sugerencias o consejos antes de escuchar, de preguntar o de entender la
situación.
Resulta difícil o improductivo tratar de resolver o de lograr
algo cuando no está claro qué es lo que queremos lograr o resolver. Por más
empáticas o intuitivas que seamos las PAS, no siempre nos damos cuenta de lo
que le sucede a los demás o de lo que el otro necesita en realidad. Es mejor
chequear y preguntar antes que suponer e
imaginar.
A modo de orientación, estas serían algunas de las preguntas
que podríamos formular:
·
¿Qué necesitás
ahora?
·
¿Qué es lo que
más te preocupa? ¿Qué es lo que te afecta (o te afectó) más?
·
¿Qué es lo más
importante en este momento o más urgente?
·
¿Qué te ayudaría
o te serviría en este momento?
·
¿Qué te haría sentir
un poco mejor o “menos mal”?
·
¿Qué o quiénes
podrían colaborar en esta situación?
·
¿Qué alternativas
pensaste o se te ocurren ahora?
·
¿Qué es lo que te
vino bien o no te sirvió en situaciones similares en el pasado?
Por supuesto que no estoy sugiriendo aquí un cuestionario o
un “interrogatorio”, sólo un estilo de preguntas posibles que, si vienen al
caso, podemos formular. Preguntar es un arte o, al menos, una gran habilidad.
Las preguntas abren puertas, expanden y generan espacios para pensar, observar,
encontrar soluciones y nuevas posibilidades. Las preguntas son importantes en
sí mismas, valen aun cuando no obtengamos respuestas de manera inmediata; estas
pueden tardar en llegar.
Otra habilidad importante es la de aprender a escuchar. A veces el otro sólo necesita compartir, hablar,
sentirse acompañado o comprendido, y no está buscando nuestras opiniones,
soluciones ni consejos. Aquí las PAS
nos enfrentamos con un gran desafío, debido a que frecuentemente nos abrumamos
escuchando por demás. Cuando escuchamos de manera pasiva, no nos damos el
espacio ni la posibilidad de regular nuestra escucha. Necesitamos aprender a escuchar de manera activa teniendo también
en cuenta nuestras propias posibilidades y estados: cuánto, cuándo, cómo, a
quién y de qué manera podemos hacerlo.
Para no abrumarnos, necesitamos generar estrategias, formas
de interactuar que nos sirvan para regular el flujo y el tiempo de la
conversación. Decir por ejemplo: “Disculpame, me cuesta entender, ¿me
podrías aclarar qué es lo central (o lo que te afectó, o lo que te preocupa,
etc.)?” o “perdí el hilo de lo que me contabas, ¿me lo
podrías sintetizar?” o “antes de seguir escuchándote, ¿me podrías decir qué es
lo que necesitás, así sé de qué manera escucharte?”. Obviamente, estos son sólo
algunos ejemplos posibles que espero clarifiquen a qué me refiero cuando hablo
de estrategias para regular la
interacción. Además de orientar la conversación, nos ayudan a tener en cuenta
nuestra propia disposición.
No obstante, me parece necesario tener presente que las
preguntas no siempre serán bienvenidas. A veces (como todos sabemos) pueden
molestar o irritar. En ocasiones, aun cuando sean molestas, pueden ayudar o
bien dar un marco más claro a la ayuda que uno puede dar.
Las PAS podemos sentirnos abrumadas cuando alguien habla y habla sin parar a modo de descarga prolongada. Si nuestras
estrategias fallan, o por algún motivo no las podemos emplear, podemos recurrir al “modo de escucha poco involucrada”. Esto
es como oír sin escuchar, escuchar superficialmente (como lo hacen muchas
personas en algunas ocasiones, con independencia de su tipo de temperamento)
dándonos permiso a no prestar demasiada atención. Podemos estar allí, de manera
no involucrada, para que nuestro interlocutor pueda descargarse, ya que a
veces, es todo lo que el otro necesita: alguien con quien hablar.
Si no hemos podido emplear ninguno de los recursos
mencionados, o aun habiéndolos utilizado, nos sentimos abrumadas, entonces
podemos realizar alguna práctica que nos ayude a aflojar y a liberarnos de la
sobrecarga. Aquí una de las formas más simples de hacerlo:
·
Sentate
cómodamente y tomá algunas respiraciones profundas.
·
Relajá
el cuerpo desde los pies a la cabeza.
·
Centrá
la atención en la nariz. Inhalá y exhalá varias veces con la atención en la
nariz.
·
Desde mi punto de vista, hay otra cuestión fundamental por
tener en cuenta tanto a la hora de dar como de recibir ayuda: la de evitar los “tendrías” y los “deberías”.
Así como no estamos obligados/as a
ayudar, los demás tampoco están obligados/as a recibir el tipo de ayuda que
nosotros/as consideramos adecuada u oportuna. Muchas veces, sin darnos cuenta, y quizás con
la mejor de las intenciones, intentamos imponer nuestro criterio y ejercemos
algún tipo de presión para que el otro tome nuestras soluciones o siga nuestras
sugerencias. Muchas veces nos cuesta aceptar que cada cual tiene su propio
camino, que no hay una única verdad, y que la mayoría de las veces no sabemos a
ciencia cierta lo que el otro necesita aprender, transitar o recorrer.
También es necesario tener en cuenta que, a veces, lo que nos motiva a presionar no
es sólo el deseo de ayudar, sino también el deseo de aliviarnos. Dada
nuestra tendencia a resonar con el padecimiento ajeno, queremos que dejen de padecer para no seguir padeciendo junto a ellos. Si
bien este mecanismo es muy comprensible y humano, en mi experiencia, no sería
la forma más efectiva de aliviarnos. En estos casos, en lugar de presionar al
otro, necesitamos hacer algo para aliviarnos.
En definitiva, lo que las PAS necesitamos aprender es a
empatizar o desempatizar, según el caso, a cultivar la compasión, a regular
nuestras interacciones, a dar y recibir en libertad, sin imposiciones ni
forzamientos y a liberar la sobrecarga todas las veces que sea necesario. Puede
ser un proceso largo y trabajoso. Pero no necesariamente más arduo que el del
resto de los humanos con otros temperamentos. La recompensa es grande: mayor
plenitud y crecimiento.
Excelentes
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Cecilia !!
EliminarGracias!
ResponderEliminarGracias a vos!!
EliminarTe agradezco y felicito . Una exposición interesante y sumamente útil. Gracias!
ResponderEliminarGracias, Susana, me alegro mucho de que te haya resultado útil!!!!
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