Alta sensibilidad: ¿padecimiento o privilegio?
Elaine Aron escribió un libro esclarecedor sobre la alta sensibilidad que, en español, se titula El don de la sensibilidad. Ya que adhiero a lo que postula este libro, muchas personas me preguntan, por un lado, cómo es que esta característica puede ser un don cuando, en realidad, ser muy sensible trae aparejados muchos inconvenientes y padecimientos.
Por otro lado, y casi en el
sentido opuesto, algunas personas consideran que la alta sensibilidad es un
privilegio. En algunos textos y notas de divulgación, no sólo se enaltece este
rasgo, sino que incluso se da a entender que aquellos que lo poseen, al ser más
empáticos y comprensivos, son mejores seres humanos.
Desde mi punto de vista, el don
de la sensibilidad, como cualquier otro don, no nos hace, de por sí, ni mejores
ni peores personas. Destacarse en algo es una cosa y ser mejor es otra.
Asimismo, no sólo la alta sensibilidad
trae inconvenientes: todos los temperamentos producen algún desbalance. Las
personas de temperamento temeroso necesitan, por ejemplo, lidiar con sus miedos; las de temperamento
muy optimista tienen muchas veces dificultades para transitar situaciones
tristes y difíciles, mientras que las que son muy valientes o corajudas suelen
necesitar incorporar la precaución en sus vidas.
Comprendo que las personas
sensibles, abrumadas por sus sensaciones, duden de que la sensibilidad pueda
ser un don. Pero lo es: ellas suelen ser intuitivas, empáticas, comprensivas y
consideradas.
Respecto de la cuestión
del privilegio, pienso que en algún sentido todos los dones pueden serlo, sobre
todo cuando los hemos cultivado y los utilizamos de manera apropiada y beneficiosa
para nosotros mismos y para los demás. Un don es un regalo, en el sentido de que es una habilidad natural que viene
dada, pero para que realmente lo podamos desplegar en nuestra vida, necesitamos
desarrollarlo y aprender a aplicarlo.
Quizás, cuando se dice
que la alta sensibilidad nos hace mejores personas, lo que se esté buscando es
el reconocimiento, la valoración y la comprensión personal y social de este
rasgo, que hoy en día no está muy presente en nuestra cultura. Pero desde mi
punto de vista, esta no es la forma más apropiada de buscar dicho
reconocimiento, porque ¿cuál sería la escala para considerar a un don más o
menos privilegiado o valioso que algún otro?
En síntesis, considero
que la alta sensibilidad es un don que efectivamente trae inconvenientes, pero
−como hemos visto− todos los dones los traen. En mi opinión, todos los dones pueden constituirse en un privilegio, cuando son reconocidos y cultivados, y
cuando se los sabe utilizar para beneficio personal y de otras personas; por el
contrario pueden transformarse en un padecimiento si no los integramos bien a
nuestras vidas.
Lic. Eugenia Lerner
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